martes, 25 de mayo de 2010

LA REVOLUCION ES UN SUEÑO ETERNO

¿Qué juré yo en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro? (…) ¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes? ¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué? ¿Qué juré yo, y a quien, ese 25 de mayo oscuro y ventoso, de rodillas, la mano derecha sobre el hombro de Saavedra? (…) Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde. Andrés Rivera, “La revolución es un sueño eterno”

El magistral texto de Andrés Rivera, que relata en forma de novela histórica los momentos finales de la vida de Juan José Castelli, uno de los próceres a veces olvidado, o no lo suficientemente reconocido de la revolución de mayo, nos sirve para abordar desde nuestro presente aquel momento de nuestra historia, próximo a cumplir doscientos años. Cada época interpreta el pasado de acuerdo con sus propias necesidades y, por supuesto, con sus propios principios y conflictos. La historia no es algo inmóvil, estanco, siempre igual a sí misma. Menos una revolución.
El 25 de mayo de 1810, es un corte arbitrario que olvida que esa revolución es un momento particular dentro de la gran lucha revolucionaria cuyas raíces se hunden en luchas anteriores en nuestro continente, luchas que tenían un objetivo común: la emancipación del despótico y sanguinario dominio español y la conformación de la Patria Grande. Como muchos historiadores afirman, la resistencia comenzó muy poco después de la llegada de Colón, pero es a partir de 1810 cuando asume un carácter continental y coordinado.
En esa cadena de luchas emancipatorias, hay eslabones gloriosos, que perduran en el tiempo y que indudablemente fueron experiencias acumuladas y aprovechadas por los patriotas del continente. La rebelión de Túpac Amaru II en 1780 es uno de esos eslabones que quedan grabados en la memoria colectiva. Es a partir de allí que el corazón de América se conmueve al calor de los cambios que venían ocurriendo en el mundo y ya no se aquietará hasta Ayacucho. Participarán 100 mil indios en armas y la lucha se extenderá desde el Ecuador hasta Tucumán .Según señalara Boleslao Lewin, la rebelión tupamara es la mayor de la revoluciones de los pueblos del Tercer Mundo hasta la llegada de la segunda guerra mundial. El terror español asesinará a doscientos mil indios en represalia por haberlos desafiado.
Un antecedente más cercano fue la revolución haitiana protagonizada por mayoría de esclavos negros que es continuadora de la revolución de Túpac Amaru, y abarca una lucha feroz y despiadada contra Inglaterra, Francia y España. En 1791 comienza una gran revuelta de esclavos, cuya razón principal era la espantosa esclavitud que la hacía, probablemente la colonia más rica del mundo. La revuelta culmina el 1 de enero 1804, fecha en que el general Dessalines proclama la independencia de la colonia francesa Saint Domingue, que en adelante llevaría su nombre indígena de Haití, declara la abolición de la esclavitud y anuncia un discurso donde plantea “Independencia o Muerte”. Se convierte así en la primera república libre de América, y a su vez sostén y soporte de los revolucionarios del norte de América del Sur y del Caribe, que buscaban refugio y solidaridad en sus tierras. Los esclavos haitianos habían asumido la gran divisa de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Estos ideales, evidentemente no los contemplaban. El ejército esclavo hizo capitular en 1803 a los hombres del gran Napoleón. Antes que en Rusia y España.
El antecedente más inmediato es la Revolución de Chuquisaca en Bolivia, el 25 de mayo de 1809, donde el gran tucumano Bernardo de Monteagudo es actor principal e ideólogo, proceso que continúa, también en 1809, con las revoluciones de La Paz y Quito. Las tres brutalmente reprimida por el imperio español.
La idea fundamental de las revoluciones en América, fue la Patria Grande. Martí la definió como Nuestra América. Fue el sueño de San Martín, Bolivar, Sucre, Hidalgo, Morelos, Monteagudo, Moreno, Castelli, Artigas, Guemes, Gaspar Rodriguez de Francia, y tantos otros.
Evidentemente la Revolución tomó otros caminos. Para todos estos próceres mencionados la lucha era por la liberación nacional y social, lo que implicaba el reconocimiento de la población autóctona. Como decía Scalabrini Ortiz, “con la caída de Moreno , una ruta histórica se clausura…la otra ruta está encarnada por Rivadavia”.
Decía al principio que cada época reinterpreta el pasado, de acuerdo a sus necesidades. Doscientos años después estamos atravesando tiempos de cambios y de reivindicaciones inconclusas, una idea de unidad latinoamericana está lentamente coagulando en hechos políticos. No es fácil, viejas estructuras resisten cualquier cambio que suponga afectar sus intereses. Son, como dice la maldición china, “tiempos interesantes”, pero que valen la pena no perdérselos.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA REVOLUCION ES UN SUEÑO ETERNO

Les dejo este imperdible texto de Andrés Rivera, de su libro "La Revolución es un sueño eterno". Invita a reflexionar sobre el sentido de la revolución de mayo a la luz de este presente interesante de nuestro país, donde se están volviendo a discutir asuntos que involucran a los sectores populares y a sus viejas reivindicaciones. El libro de Rivera aborda en forma de novela histórica momentos de la vida de Juan José Castelli, llamado “el orador de la Revolución”. Castelli, abogado y convincente orador, muere de cáncer de lengua dos años después de la Revolución. Emparentado firmemente con las ideas jacobinas y seguidor de Mariano Moreno, es enjuiciado en su último año por acusaciones que le imputan haber mantenido relaciones íntimas con mujeres menores durante sus campañas militares. Sin dinero, con una enfermedad incurable y su talento disminuído, esta novela cuenta los últimos días que precedieron a su muerte, sus sueños de libertad, sus mujeres y sus pensamientos.

Que nos faltó para que la utopia venciera a la realidad? Que derrotó a la utopía? (...) escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.

¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro? ¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta, inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero? ¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes? ¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué? ¿Qué juré yo, y a quien, ese 25 de mayo oscuro y ventoso, de rodillas, la mano derecha sobre el hombro de Saavedra? ¿Juré, ese día oscuro y ventoso, que galoparía desde Buenos Aires hasta una serranía cordobesa, al frente de una partida de hombres furiosos y callados, y que desmontaría, cubierto de polvo, esa mañana helada como el infierno, con el intolerable presentimiento de que habíamos irrumpido, demasiado temprano, en el escenario de la historia, y miraría, sin embargo, a Liniers, envueltos él y yo en una niebla helada como el infierno, y le escucharía, de pie, arrogante, reír e insultarme, y escucharía, en una niebla helada como el infierno, a los hombres que me acompañaron desde Buenos Aires, furiosos y callados, amartillar sus fusiles, y me vería a mí mismo, cubierto de polvo en una niebla helada como el infierno, encender un cigarro, decir dénles aguardiente, y dar la espalda a Liniers que, de pie, arrogante, se reía y me insultaba, e insultaba a los que, con él, se alzaron contra la Revolución, y que en esa mañana helada como el infierno, suplicaban, babeándose, moqueando, volteandó lo que no tenían en las tripas, que no los mataran? ¿Juré, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, que no iría más lejos que mi propia sombra, que nunca diría ellos o nosotros? Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde.
Andrés Rivera, "La revolución es un sueño eterno".